sábado, 8 de enero de 2011

EL FUNERAL DE MI ABUELA

Esa tarde asistí a clases como todos los días en la segunda jornada, estaba en la escuela Nº 1 ubicada en la calle San Martín, lo que, en ese entonces era pleno centro de Nacimiento, por que la calle siguiente era Baquedano y en el alto donde está el Cristo, se llamaba cancha de carrera (la que hoy es la actual avenida La Cruz) además en esa calle se realizaban las ramadas en el dieciocho de Septiembre. Para ese entonces era yo un muchacho de apenas siete años, que cursaba primer año. 

Tocaron la campana para la salida y todos corrimos apurados para llegar a casa, al entrar saludé a mamá y al mirarla la encontré muy llorosa, pensé ¿que habrá pasado? Y le pregunté por qué lloraba: -¿por qué has estado llorando mamá?- me miró y me habló entre sollozos. 

-Me avisaron que murió mi mamá, vamos a tener que irnos pa'l campo, vamos a esperar a tu papá: que fue a buscar los bueyes para enyugarlos a la carreta, echar un poco de aperos e irnos esta misma tarde. 
-¿y a que hora vamos a llegar? Ella me miró y dijo: 

- A la hora que sea, creo que llegaremos al alba, vamos a abrigarnos bien así es que busca los chales, porque a la noche va hacer frío. 

Ya oscurecía y el camino era áspero y golpeador por la mucha piedra que había, en algunos lugares la carreta se iba de un lado a otro por que la huella del camino se hacía profunda en la tierra, los bueyes avanzaban con su lento caminar en la oscuridad de la noche, ellos parece que conocían el camino, aunque sólo de vez en cuando mi papá los traía, sentado en la parte de adelante de la carreta él picaba las costillas de los animales para que apuraran el tranco, 

Estaba rayando el alba cuando llegamos a la casa de la abuela, se veía harta gente sentada alrededor de una fogata. Cuando nos vieron, corrieron a encontrarnos, espantando los perros que venían adelante ladrando, nos recibieron abrazándonos y llorando, nos decían: -murió la mamita- ¡se murió su abuelita mijo! Ya no la vamos a tener más. 

¡Hermano mío murió la mamita!, hablaba entre sollozos mi madre. 

Nos sirvieron desayuno y después a mí me mandaron a dormir. Me despertaron sólo cuando fue la hora de almorzar. 

Debajo de los parrones habían unos mesones largos, estaba sentada mucha gente que yo no conocía, pero ellos a mí si, por que conocían a mis papás, eran vecinos de hijuelas cercanas y de fundos cercanos, yo miraba y pensaba que mas que velorio (de tristeza y recogimiento) parecía una fiesta, por que unos conversaban, otros contaban chascarros y no faltaba quién en un rincón animaba a los convites tocando la guitarra. 

Sirvieron a todos un buen plato de cazuela con harta tortilla y ensalada. A alguien le escuché decir: ¡”puta que está güeno el velorio''! otro confirmando agregó: ¡el patrón mandó a matar la vaca Clavela para atender bien a la gente!. 

Mientras unos almorzaban había un grupo de mayores que rezaban alrededor del ataúd que estaba en las piezas interiores. El ataúd era un cajón largo, recto y negro, adelante apegada a la pared había una cruz negra con una corona con flores de papel, alrededor de él había unas bancas con muchas velas, así que había un fuerte olor a cerote, igual habían unas viejitas comentando de lo buena que era la finada: 

-Tan buena que era la vecina e irse a morir... 

-Y tan de repente- comentaba otra- yo por lo menos no sabía que estaba enferma. 

-¿Y se sabe comadre de qué murió? 

-dicen que de una pulmonía fulminante y no alcanzaron a llevarla al pueblo. 

-pobrecita, que Dios la tenga en su santo reino. 

-Más que seguro comadre si era tan buena la finadita- Y acercándose hablaba más bajo agregando a su comentario- y tanto que sufría por el bruto de su marido. 
Duró el velorio dos días, al amanecer del tercer día, casi oscuro se hicieron los preparativos para salir. Eligieron dos varas largas y rectas que las amarraron al cajón con cordeles y se eligieron las cuadrillas de hombres que serían los ''cargadores'' (los que llevaban el ataúd al hombro) ensillaron caballos, para unos pocos, el resto de los ''acompañantes'' debían de ir a pie. 


Estaba rayando el sol cuando, empezó a ordenarse el cortejo para salir al ''camino público'' otros le llamaban “camino real”. Uno de a caballo llevaba la cruz con su corona y era el que encabezaba el cortejo, lo seguían los ''cargadores'' luego la gente que iba a pie quienes llevaban las “palmeras'' (hojas de palmeras que se adornaban con flores en forma ordenada) y las coronas que en su mayoría eran de papel de volantín; luego los que iban de a caballo que llevaban las mujeres al anca y a los niños adelante de la montura. 

A poco de salir al ''camino público'' ya los ''cargadores'' empezaron a trotar y en partes corrían, mas sobre la marcha se iban cambiando los cargadores para que los otros fueran descansando; Se había avanzado más de dos leguas cuando los ''cargadores'' bajaron el ataúd y esperaron al resto de la comitiva, se agruparon bajo un gran peumo, me fijé que el árbol por todas partes tenía muchas cruces unas chicas otras grandes, las chicas eran blancas y las grandes eran negras. 

Toda la gente se colocó alrededor del cajón, mientras que de unas canastas sacaron panes con carne y los empezaron a repartir a la gente, además comenzaron a correr entre los asistentes al cortejo, botellas de vino, el cual se servían con un vaso de porcelana, algunos ''brindaban'' por la finada. 


Le pregunté a mi mamá que significaban aquellas cruces clavadas en el árbol, por que mi tío clavó también una cruz negra con el nombre de mi abuela ''Mauda''. Ella me explicó que estos lugares se llamaban ''descanso'', había varios a lo largo del camino y eran para que la gente que venía con sus difuntos parara allí, se sirvieran comida, para luego seguir el camino hasta el cementerio. Entonces pregunté por lo de las cruces que aún eran un misterio para mi pequeña mente: 


-¿Y por qué unas son blancas y otras son negras? 

-las cruces blancas recuerdan el paso de un ''angelito'' (a si se decía cuando moría una guagua o un niño pequeño) y las cruces negras recuerdan a la gente adulta- respondió mi madre. 

En nuestro viaje hubo dos ''descansos'' más en el siguiente prácticamente se ''almorzó'' ya no se sentía ningún llanto, todo era comer y conversar, contar chistes, anécdotas y ''sucedidos'' -no parecía un funeral-. 

Llegamos al cementerio como a las cuadro de la tarde, ya estaba el sol de bajada. Los hombres bajaron el ataúd y lo colocaron sobre la ''cureña'' del cementerio (nombre que se le daba al carrito para entrar al campo santo, carrito sobre el cual se posaba el cajón del ''difunto'' el cual tiene una lanza que hace dar dirección a las ruedas en un extremo, de donde es tirado por una persona del cementerio) La familla se acercó al ataúd, un tío sacó la tapa para arreglar el cuerpo, que con el viaje venía vuelto para cualquier lado, le ordenaron sus ropas y volvieron a peinarle, esto lo hacía aquél que tenía más fuertes sentimientos, por que otros se iban encima del ataúd y lloraban a gritos, no dejando hacer bien el quehacer, finalmente se cerró el cajón y se le clavó la tapa. Más al interior de cementerio estaba esperando el señor cura quien ofició un responso por ser la difunta perteneciente a una familia muy conocida y cooperadora con la iglesia, -eso era cierto porque en el campo, en la casa del abuelo había una capilla en donde se hacía misa en el verano. 

Al llegar a la sepultura, el tío se puso a sacar unas figuras de angelitos que estaban en la tapa del ataúd, sacó el crucifijo que estaba encima de la tapa y las manillas del cajón, este me pareció muy curioso y volví a preguntar a mi mamá por qué lo hacían, ella con paciencia me explicó que el fabricante de ataúdes del pueblo, sólo ''prestaba'' los adornos, porque después se colocaban en otro cajón. 

Colocaron cordeles por debajo del cajón, lo centraron en el hueco que había en la tierra, lo empezaron a bajar despacio hasta que se posó en el fondo, giraron los cordeles para alcanzarlos y la geste empezó a tirar puñados de tierra sobre el ataúd, empezando por la familia; como todos lo hacían yo también lo hice y así toda la gente hizo lo mismo, al lanzar la tierra decían algo como de despedida. 

Cuando las paladas de tierra empezaron a caer sobre el cajón, sonaba a mis oídos como un trueno que me impresionó, mi mamá, mi papá, mis tíos, mi abuelo, todos lloraban, era un mar de llanto desgarrador, algunos gritaban: ¡mamita, mamita por qué nos dejaste! No te vamos a ver nunca más! ¡perdóname!, ¡llévame contigo!, eran algunas de las expresiones que recuerdo haber escuchado entre los llantos y los gritos. Yo miraba a unos y a otros desconcertado, tomado de la mano de mi mamá sin entender esa realidad. 

Se cubrió totalmente con la tierra y se hizo el montículo característico para que se colocaran la cruz y las flores, gente, amigos y vecinos sacaban paquetes de velas colocándolas en la tierra y encendiéndolas. 

La gente empezó a despedirse y a abrazar a mi familia y a mi también, hasta que nos quedamos sólo los de la familia, que abrazados lloramos junto a la sepultura. 
Saúl Zurita

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