Fundación
En Noviembre de 1603, salió Ribera hacia el Sur después de haber fundado el Fuerte de San Pedro, frente a Concepción, en la ribera sur del Bío Bío; este fuerte tuvo más tarde una iglesia en la que se veneró una imagen de la Virgen de la Candelaria donada por don Alonso. Avanzó con precaución por la cordillera de la Costa, hasta Millapoa (Dn. Alonso siguió el camino de los cerros del cajón de Bío Bío), rechazó con energía los ataques de los indios y fue destruyendo cuanto encontró a su paso. Un poco al sur de Millapoa, en una explanada que dominaba un amplio paisaje, decidió fundar un nuevo fuerte, teniendo en cuenta que en el mismo sitio los indios habían construido un pucará de gran valor estratégico y que sería uno de los fuertes de avanzada difícil de sorprender. Era la víspera de Navidad, 24 de Diciembre de 1603, Don Alonso de Ribera, estaba erguido frente a sus soldados, fija la mirada en el Bío Bío, escudriñando el horizonte hostil, enrojecido por los últimos rayos de sol.

Desde la altura se dominaba el curso del Bío Bío, lento y solemne y un ancho valle bordeado de montañas y selvas...
Dejó el Gobernador sus bagajes en el nuevo fuerte que sus hombres se apresuraron a “empalizar” y siguió viaje hacia Angol y Mulchén para dar una gran batida a los indios de esa zona que estaban causando bastante dificultades.
En el siglo XX, Nacimiento es el abuelo abrumado por los siglos, tolerante y comprensivo que sufre el olvido de sus hijos y nietos con altivez y orgullo, altanero como un roble de Nahuelbuta.
A la sombra de sus muros se tejieron heroicas leyendas, se forjaron romances e ilusiones, surgieron ambiciones y nacieron ideales. Cada trozo de piedra, cada ladrillo guarda un fragmento de la Historia Patria.
Poco después de su fundación, albergó las tropas del primer ejercito de Chile, creado por Felipe III, que a lo largo del tiempo, con el mismo empuje y valor habría de ganar una gloria casi sin paralelo en la historia universal.
Nacimiento puede mostrar un historial escrito con sangre y fuego en su suelo y en sus muros, y mostrar un abolengo cuyo génesis se remota a cinco siglos. Sus baluartes guardan en el eco de los gritos de victoria y el ronco estertor de la agonía; el silbar de las flechas indias y el tronar de los cañones castellanos, el chocar de espadas y lanzas. Ese fue el cimiento de sus muros a testigo presencial de la epopeya del sur de Chile cuyos hijos indómitos aún siembran trigo para el pan de sus hermanos, en las mismas tierras que defendieron tan ferozmente.

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