viernes, 7 de enero de 2011

Las Puertas del Tiempo


A los niños de todo tiempo 

Paulo S. recordó haber oído de su padre y antes de su abuelo acerca de los secretos que se escondían bajo las escaleras de la fortaleza y que en su interior descansaban el oro, la plata y los huesos de aquellos conquistadores que habían cruzado los mares para colonizar la indómita comarca. 

Bendecido de una prolífica imaginación y una voluntad poco común en un hombrecito de 11 abriles, a Paulo S. esta historia le provocó la inquietud de desafiar su sentido común y develar secretos de la fantástica leyenda. 

Fue así que un día como ninguno, en la primavera del 1999, se encontró cruzando el viejo puente volviendo desde el otro lado del pueblo. A mitad de camino, en medio del puente, se afirmó de una de las barandas de madera, levantó la cabeza y observó la imponente presencia de la fortaleza, precedida por las dos escaleras en el centro que bajaban en forma paralela, y recordó la leyenda acerca de aquellas puertas y su misterioso laberinto que albergaba tesoros que aguardaban serenos, desde hace siglos, enterrados en el olvido. 

Decidido apuró el paso por el puente y subió por los 77 escalones hasta encontrarse de frente a la fortaleza. Desde lo alto descendían en forma de herradura las toscas y amplias escaleras, dos vigas de material sólido soportaban la estructura, sobre esta se leía el manifiesto que anunciaba el titulo de la fortaleza y la mítica fecha sobre un oxidado metal. 

Justamente, bajo la placa recordatoria, Paulo S. caminó hacia el espacio mínimo que se formaba entre escala y escala, en donde un par de sombras anunciaba las puertas en cada ángulo de la herradura. En este momento la duda de por cuál de los pasadizos era correcto entrar lo detuvo, pero recordó que el abuelo había dicho: 

_ “ambas puertas conducen al mismo sitio”. 

Confiando en las palabras de su ancestro avanzó por la izquierda. Pateo algunas latas y botellas, antes de entrar en la húmeda oscuridad; el hedor innombrable y el silencio fueron su primer obstáculo, sin embargo avanzó zigzagueando hacia el interior de una especie túnel subterráneo. Paulo S. caminó un trecho largo en línea recta hasta que un reflejo de luz lo detuvo, cuando pudo abrir los ojos divisó la brillante armadura, luego un casco y después los brillantes ojos hasta divisar, a unos cincuenta pasos, la nitidez de una figura humana. Se apresuró hasta tenerlo cerca, pero la figura luminosa no se detenía. Casi quinientos metros más adelante el soldado se detuvo un segundo, giro su cabeza y gritó: 

_ “apúrese Paulo no nos queda mucho tiempo” Su voz sonó segura y decisiva. 

Luego, siguió adelante y se alejó por el túnel dejando ver a su paso luminoso las sólidas paredes del laberinto y en el piso la brillantez de las monedas de oro y de plata que se desparramaban en la estrechez del camino, los crujientes huesos y las antiguas vasijas que eran el testimonio de los tesoros prometidos en las leyendas negras. 

Paulo S. perseguía el reflejo intentando alcanzar al increíble ser que lo precedía y de tanto en tanto se agachaba para tomar algunas monedas y guardarlas en los bolsillos mientras quedaba luz. El sendero comenzó a ganar altura y el caminar se volvió pesado De improvisto el soldado volvió a detenerse…forzó una de las paredes con ambas manos y un rayo iluminó instantáneamente el túnel; entonces el soldado le condujo hacia lo que parecía ser una salida del túnel y antes de olvidarse en la oscuridad le auguró con gravedad: 

_ “apresúrese Paulo su tiempo se termina es necesario que vuelva al principio” 

Al dejar el oscuro túnel, Paulo S. avanzó inseguro, con una mano cubriendo los ojos deslumbrados, hasta dar con unos breves escalones, creyó escalar algunos y cuando pudo mantener la mirada la inseguridad se vio sobrepasada por con un completo asombro ante el maravilloso espectáculo que brindaba la naturaleza de este nuevo espacio. 

Años más tarde Paulo S. logró describir notablemente este extraordinario suceso: 

“...casi de un salto me vi incorporado en la claridad nuevamente. Fue en este momento en que un frío desconcierto se apodero de mí al verme solo en el centro de un paisaje de ensueño. Busqué de norte a sur alguna referencia, pero ni un alma se aproximaba por este paraje. Intente volver con el soldado, pero ya no había ni puerta ni pasadizo. 

Sin comprender lo que sucedía caminé entre árboles y arbustos y no tardee un tiempo largo en darme cuenta en qué lugar me hallaba, era este el cerro que debía sostener al cristo crucificado, lugar de peticiones y ofrendas, en donde mi madre prendía velas al pie del mártir. Sin embargo, existían grandes cambios y el lugar no se asemejaba al que todos conocemos. No había cruz, ni casas o construcción alguna hecha por el hombre; no había cemento y el ruido eterno del caminar de las maquinas en las industrias había desaparecido mágicamente; parecía ser el mismo lugar, pero ahora sin señas de civilización, sólo árboles, la fértil tierra y un silencio que era interrumpido por los pájaros que anunciaba al desconocido. 

Caminé en dirección a nuestra casa por instinto, pero en vano busque entre los antiguos coihues. Al encontrarme en la cerrito en donde, se suponía, estaba la casa el panorama era similar: no había rastros de humanidad. 



Seguí por la loma que era como el patio de la casa, me paré en la parte más alta intentando una encontrar una perspectiva. Fue aquí cuando pude apreciar el esplendido valle, con los ríos milenarios que se perdían a lo lejos y los espesos bosques de especies que yo no había visto antes por esos cerros; las irregulares nubes cruzaban el cielo y el fresco de la tarde entraba en mi renovado espíritu. 

Aunque no había encontrado la casa ya no me sentía extraño en este lugar, recordé que muchas tardes como esa estuvimos, amigos, disfrutando de la magnifica naturaleza, pateando una pelota, tironeando un volantín o rodando por el pasto en esta misma loma. 

Esta nueva visión me ayudó a comprender lo que estaba ocurriendo y me entregó la certeza de que el destino de aquella experiencia muy pronto seria revelado. 

Tres disparos recios sacudieron mi estupor. Corrí cerro abajo en busca de esta inequívoca señal de humanidad. Seguí corriendo por donde pensé que debería estar el centro del pueblo, avancé en dirección del río. Tres disparos más y un fuerte olor a pólvora quemada seguido de un griterío incomprensible. 

Casi al final de la explanada encontré, anclado sobre la ribera, una empalizada que dominaba el horizonte. Sin dudas era la fortaleza, pero su construcción era muy distinta de aquella en la que me había introducido esa tarde” 

La fortaleza se alzaba precisamente como lo describió Paulo S. en su estratégica ubicación. Sin embargo, ya no había ladrillos o escalas. Y la construcción se estructuraba principalmente de adobe y maderos. 

Paulo S. logró, sigilosamente, escurrirse por entre el barro y los troncos hacia el interior de la fortaleza; empeñado en descubrir el destino al que lo llevaría este viaje y a que se debían tanto cañonazo se escondió tras una ruma de leña apilada en un rincón y pudo observar la extraordinaria escena. 

Una especie de ceremonial reunía a hombres ataviados con armaduras idénticas a las del soldado que lo había conducido por el túnel, más lejos un grupo no menor de mapuches descalzos presenciaban entusiasmados el ritual –seguramente era la primera vez que asistían a un bautismo desde lejos. El cuadro era completado por algunos caballos ensillados y un par de mujeres. 

La mirada de todos estaba puesta en un soldado de armadura notable y gesto poderoso que vociferaba a todo pulmón ante la audiencia (parafraseando a otro Don Alonso que años atrás había alabado el carácter del guerrero mapuche) estas alevosas palabras: 

“Si es nuestro afán asentar el futuro de la corona y, por consecuencia, el nuestro propio en estas salvajes tierras, hemos de ser más valientes que cualquier araucano, y en la sangrienta lucha más atrevidos y sufridores; así es como el indómito guerrero conocerá al primero de los reyes que sujetará su soberbia existencia porque, Dios mediante, España será la primera nación en pisar la nueva comarca y la primera en doblegar la orgullosa cerviz ¡ya por la razón, ya por la espada!” 

Al oír esta enardecida arenga Paulo S. creyó comprender la naturaleza de esta experiencia: _“he caído en una trampa del tiempo y debo salir como sea” 

Pensó rápidamente en el cómo recuperar el tiempo perdido, pero no se le ocurrió una respuesta lógica. Recordó a sus padres, a sus hermanos y al abuelo. Pensó que ni la plata ni el oro antiguo podían valer más que un momento con los suyos y que si no era capaz de recuperar su tiempo, por lo menos haría el intento. De pronto las últimas palabras del soldado de luz volvieron a él y le sugirieron una salida. 

En tanto, el colérico gobernador seguía con el discurso y continuaba con el ritual: 

“… es por tales razones que ante dios todopoderoso y por los poderes que me han sido encargados por la corona, en el ocaso del caluroso vigésimo cuarto día en el ultimo mes del tercer año, sobre mil seiscientos, declaro a nombre de su majestad, Felipe III de España, a esta fortaleza bajo el titulo de nacimiento de..." 

Cuando terminaba el solemne rezo, soldados y nativos vieron cruzar una figura por medio de la empalizada. Paulo S. vació sus bolsillo dejando caer todas las monedas, lo que generó un ruido atractivo que llamo la atención de cristianos y salvajes; atravesó de lado a lado la fortaleza hasta dar con unas enormes puertas de madera. Tras un grito de alerta salieron tras de él algunos soldados armados con espadas, otros se apuraron a recoger las monedas; aprovechando la confusión intento salir hacia las escaleras para encontrar el pasadizo del tiempo. 

Viendo que era imposible abrir las gigantescas puertas y apremiado por los soldados nuestro osado viajero escaló el adobe de uno de los portones hasta encontrarse varios metros por sobre sus perseguidores, al mirar del otro lado no encontró las escaleras que bajaban como herradura ni nada parecido, sólo el firme terreno. 

Condenado a su suerte, se dio un último ánimo antes de saltar al vacío: 

“¡¡Debo volver al principio!!” 

Cuando me encontré a Paulo S. afirmado en una de las barandas de madera en medio del puente viejo miraba hacia la imponente fortaleza, precedida por las dos escaleras en el centro que bajaban en forma paralela. Al acercarme pareció olvidar sus pensamientos, me miro y dijo algo que antes había escuchado: 

“¿has oído hablar sobre las puertas del tiempo?”

Franco Binimelis

1 comentario:

  1. Soy el autor de la obra 'Las puerta del tiempo' y he distribuido copias al público que están protegidas por medidas tecnológicas. En este caso la página web de la URL especificada en este blog está publicando productos utilizados por terceros para eludir las medidas tecnológicas en algunas de estas copias. No dudo de su buena fe en este caso, sin embargo, espero entienda que al publicar este texto sin mi consentimiento perjudica mi trabajo en calidad de autor ya que el contenido expuesto no corresponde al original. Finalmente, solicito que suprima este texto de su blog por los motivos explicitados.

    Franco Binimelis <>

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